Hola TC:
Te escribo por aquí porque el otro día no pude hablar en la comida.
¿Te acuerdas? Hablábamos sobre prostitución. Salió el tema y te dije que no quería hablar sobre eso contigo. Pensé «no quiero hablar de eso contigo porque quiero seguir teniéndote aprecio», aunque esto último no te lo dije. Tú dijiste: «pues yo puedo hablar de todo con todo el mundo». Ya está, que luego soy yo la intratable…
Insististe y entré en el juego.
Haciendo de tripas corazón intenté hablar de la manera más pausada y tranquila posible, para dejar claro que yo no soy una energúmena con la que no se puede hablar, para poder exponer mis ideas. Pero tú no, qué va, tú (como hombre) no tenías nada que demostrar. Fuiste tú quien se puso agresivo, alzando la voz, después de hacer gala de que puedes hablar de lo que sea.
Dos o tres veces te tuvimos que decir que para hablar también hay que escuchar, pero debe ser que en los cojones no tienes oídos.
«Neomonja», me llamaste. Y yo no supe reaccionar a tiempo y llamarte «neomachista» o «neofascista».
Y me sabe mal la conversación. No sólo por la nula empatía de tus argumentos, ni porque sospeche que te sienta tan mal el tema porque alguna vez has sido putero. Principalmente me sabe mal porque, por no molestar a terceras personas a las que quiero, no me defendí. Ni de tu insulto ni de tus «ideas». No defendí lo que pienso por no ponerme demasiado agresiva y que luego me lo pudieras echar en cara.
No me defendí a mi porque no tengo esa velocidad de reacción.
No supe reaccionar como me hubiera gustado porque, como mujer, soporto el peso de mantener las formas, de mantener ciertas relaciones… Tú no, pero no lo entenderías.
Aquí y ahora me hago a mi misma el siguiente juramento: «Raquel, defiéndete. Defiende tus ideas. Delante de quien sea. A costa de quien sea. Conquista la violencia.»