PRESENTACIÓN «La Fábrica de la Impunidad» – III Jornada para la erradicación de la violencia sexual

Me vais a permitir que empiece presentado estas jornadas contándoos algo personal.

Tengo un monstruo que habita en mis entrañas. Bueno, digo en mis entrañas, pero en realidad no sé exactamente en qué parte de mi cuerpo habita. A veces lo siento apretándome en la garganta. Otras veces lo siento como un pinchazo entre las piernas. Hay veces que lo siento en forma de retortijón en la tripa. Y hay algunas veces que hasta me ha provocado el vómito.

No sé exactamente en qué parte de mi cuerpo habita, pero es que tampoco sé cuándo empezó a habitarme. A veces creo que sí que sé el día que llegó porque recuerdo con una nitidez que a veces me asquea la noche en la que en aquella cama y con aquel novio, irrumpió el monstruo y me heló la sangre por un instante y supe que había llegado para habitarme. Otras veces creo que tal vez este monstruo ya me habitaba desde antes, y me asusta no recordar el día exacto en que llegó.

Tampoco sé exactamente qué forma tiene. A veces lo siento muy chiquitito, y hay semanas en las que lo siento tan ligero, tan apenas perceptible, que creo haber dejado de oírlo, y pienso que se ha ido para siempre. Pero hay otras veces que lo siento muy grande. Que lo siento muy pesado y muy fuerte. Tanto, que hay veces en las que incluso es capaz de bloquearme el cuerpo. Ha llegado a inmovilizarme las extremidades y me ha hecho creer que yo no podía controlar mis propios movimientos. Ha llegado a cegarme la visión, a hacer que no me reconozca en el espejo y a arrebatarme la certeza de si realmente sería yo la dueña de mi propia carne.

Tengo un monstruo que habita en mis entrañas y que siempre aparece de forma inoportuna. Hay días en los que estoy lavándome los dientes, por ejemplo, y le escucho susurrarme por dentro: “Pero… si no tú no querías, ¿por qué no lo dijiste?”. Aparece como un relámpago, fugaz, y vuelvo a dejar de escucharlo. 

Hay mañanas, por ejemplo, en las que amanezco abrazada a mi misma, sin recordar exactamente en lo que estaba soñando, pero descubriendo mi cama como un campo de batalla. El edredón arrugado en el suelo. La almohada en los pies. A veces me meto en la ducha, con el agua calentita cayéndome sobre los hombros y siento al monstruo erizandome la piel. Y le escucho susurrarme por dentro: “Si aquello pasó, ¿por qué no lo cuentas?”. Aparece como un relámpago, fugaz, y vuelvo a dejar de escucharlo. 

Hay días en los que otra piel intenta tocar la mía, por ejemplo, y entonces siento al monstruo en forma de corriente eléctrica que me atraviesa la espalda y le escucho susurrarme por dentro: “¿Seguro que ahora quieres?¿Estás segura de que no estás en peligro?”

 Hubo un momento en el que me di cuenta de que ese monstruo que habita en mis entrañas también habita en los cuerpos de mis amigas, y en los de las mujeres de mi casa. No lo hablamos casi nunca, pero a todas les pasa lo mismo. Que también tienen un monstruo habitándoles las entrañas pero que tampoco saben exactamente en qué parte del cuerpo les habita, ni qué forma tiene, ni cuando empezó a habitarlas. Hay días, en las pocas veces que lo hablamos, que alguna me cuenta que no recuerda bien si fue el día en que su padre rompió su inocencia cuando aún era una niña, o si fue el día en que aquel chico le apretó la cabeza contra la pelvis cuando aún era una adolescente, o si fue el día en que aquel desconocido restregó el cuerpo contra el suyo cuando iba en la RENFE de camino a clase.

Y me ha pasado que a veces, en una conversación cotidiana, en medio de un silencio incómodo, he percibido que mujeres que apenas conozco también llevan al monstruo dentro. Lo he visto en la mirada que baja, en la palabra que se queda a medias. Y esto me ha pasado en mi casa, en casa de mis amigas, en la de mis abuelas e incluso en las casas de las mujeres que he conocido al otro lado del océano. Y es entonces cuando me abruma pensar en cuánto tiempo lleva aquí este monstruo. Si hubo un día exacto en el que llegó, o si lo heredé. Que me pregunto, igual que La Karmento: “¿cómo fue la daga, en su origen, que atravesó a mis ancestras?”. Y es entonces cuando creo que empiezo a darme cuenta que esto que venía yo a contaros como algo personal, tal vez no lo sea tanto. Que tal vez no sea solo mío. Y tal vez más que una sombra personal, este monstruo es una criatura colectiva, alimentada por siglos de silencios, por unas estructuras que lo protegen y por una sociedad que lo prefiere invisible.

A veces me pregunto si aquel padre, aquel novio o aquel desconocido de la RENFE también cargan con algún monstruo en las entrañas que les hiela la sangre. Si alguna vez habrán caído en la cuenta de que, en aquel gesto, en aquella noche, en un instante que para ellos quizá fue insignificante, abrieron la puerta de nuestros cuerpos para que ese monstruo entrara. Para que habitara mi cuerpo, el de mis amigas, el de las mujeres de mi casa y hasta el de mujeres que apenas conozco al otro lado del océano; para que nos apretara la garganta, nos inmovilizara el cuerpo y, a veces, hasta nos hiciera vomitar.

Y es ahí donde me pregunto por la historia que viene después. Porque muchos de ellos quizá ni siquiera sepan que abrieron esa puerta. Siguen con sus vidas tranquilas, ajenas, sin imaginar el monstruo que dejaron alojado en las nuestras. Y otros tal vez sí lo sepan. Tal vez recuerden perfectamente el día que lo dejaron entrar. Pero aun así caminan por el mundo sin que nada les tiemble por dentro, protegidos por una narrativa que convierte su responsabilidad en niebla y que les permiten vivir intactos. Impunes.

Y es por eso que estas jornadas se llaman La Fábrica de la Impunidad. Porque el monstruo que nos habita no se sostiene solo por aquel momento en que entró, sino por todo lo que vino después: por el silencio cómplice, por la cultura que lo normaliza, por las instituciones que miran hacia otro lado, por los relatos que nos enseñaron a dudar de nosotras y a disculparlos a ellos. 

Porque si el monstruo ha sobrevivido tanto tiempo viviendo en mi cuerpo, y en el de mis amigas y en el de las mujeres de mi casa es porque existe una fábrica que lo produce, lo alimenta y lo distribuye. Esa maquinaria perfecta que consigue que nosotras carguemos con el peso mientras tantos otros caminan ligero. Hoy, en estas terceras jornadas, venimos precisamente a esto: a desmantelar la fábrica. A iluminar sus engranajes. A nombrar lo que siempre intenta ocultarse. A romper, juntas, el silencio que la mantiene funcionando. 

Para empezar estas jornadas, tendremos a una mujer cuya obra ha sido para muchas de nosotras una lucecita en la oscuridad. Cuando aún no sabíamos cómo nombrar el dolor, ni al monstruo, ella ya estaba alumbrando el camino, desmontándolo y revelando aquello que él quería mantener oculto.

Rosa Cobo, teórica feminista imprescindible, que nos ayuda a ver que, cuando llamamos a las cosas por su nombre, el monstruo pierde fuerza. Ella nos ha enseñado que el monstruo no solo actúa en los cuerpos, sino también en los discursos que nos dicen qué es desear, qué es consentir, qué es “normal”. Hoy viene a hablarnos precisamente de esa ficción del consentimiento sexual: esa mentira cuidadosamente construida que ha seguido alimentando al monstruo mientras nos convencía de que su voz era la nuestra.

Nuestra siguiente ponente dedica su vida a escuchar aquello que a veces ni nosotras mismas somos capaces de oír: las huellas silenciosas que deja el monstruo, las narrativas con las que se justifica y los mitos que lo vuelven casi invisible.

Como psicóloga clínica y autora de El mito de la violación. La Bella Durmiente nunca fue una historia de amor, Patricia de Santisteban ha puesto el foco en esas estructuras que convierten la violencia sexual en un paisaje cotidiano. Nos ayuda a desarticular las historias que el monstruo nos susurra —que exageramos, que malinterpretamos, que no entendimos bien—, historias que llevan generaciones sosteniendo su impunidad. Ella viene a romper esos relatos y a mostrarnos cómo, cuando desmontamos el mito, el monstruo empieza a quedarse sin escondite.

Por la tarde continuaremos la jornada con dos ponencias de dos mujeres saharauis a las que admiramos profundamente. Y que sean saharauis no es casualidad. Mucho menos en este momento histórico, en el que este país continúa haciéndole el juego a otro monstruo perverso, el de la colonización y la invasión, firmando acuerdos que buscan borrar las historias de resistencia. Darles espacio a ellas esta tarde es también una forma de posicionarnos: de decir, una vez más, que estamos con los pueblos del mundo, con el pueblo saharaui, el de la lucha silenciosa, el de la jaima levantada en medio del desierto, el que sigue esperando. El pueblo que mejor sabe lo que duele la impunidad. Ellas vienen a traernos la mirada interseccional que necesitamos para comprender que el monstruo que habita en los cuerpos de las mujeres traspasa la frontera, y que también se utiliza para arrasar con la tierra.

Y para abrir esta mirada, empezaremos con Násara Said, experta en Derecho Internacional. Ella viene a hablarnos de la violencia sexual como arma de guerra: de cómo la colonización de los cuerpos de las mujeres y la ocupación de los territorios forman parte de la misma lógica monstruosa. Un monstruo que se hereda, que se transmite silenciosamente de generación en generación, protegido por la impunidad internacional. Con Násara comprenderemos cómo la violencia sexual también es herramienta política, y cómo las mujeres llevan siglos resistiendo desde dentro de ese paisaje de abandono.

A continuación, y para cerrar la jornada, escucharemos a Benda Obab, médica intensivista. Ella cree en un feminismo que, para ser realmente transformador, debe confrontar no solo al patriarcado, sino también al colonialismo, al racismo y a todas las estructuras que niegan a los pueblos su soberanía y a las mujeres su voz. En su ponencia Mujeres y salud: una violencia normalizada, nos mostrará cómo el monstruo opera dentro y fuera del sistema sanitario, cómo se disfraza de protocolo, de rutina, de autoridad. Benda nos recuerda que el monstruo que nos atraviesa como mujeres también es global, que cambia de forma según el territorio, pero que hiere igual.

Bienvenidas y bienvenidos a La Fábrica de la Impunidad.

Bienvenidas a esta jornada que no promete ser fácil ni cómoda; que tal vez nos asome al abismo del rincón donde habita nuestro monstruo, allí, dentro de nuestras entrañas.

Ojalá que lo que vivamos hoy nos sirva para identificarlo, para entenderlo un poco mejor, y tal vez para hacerlo un poquito más pequeño. Para encontrar estrategias para cuando nos susurre, para que deje de habitar en el silencio y en la culpa, y, sobre todo, para recordar que no nos pertenece. Que no define lo que somos.

Ojalá que esta jornada también sirva para desarticular la maquinaria de la impunidad. Y para que los hombres —pocos, quizá— que hoy nos acompañan, tomen conciencia y puedan romper el silencio en sus propios espacios.

Bienvenidas a esta jornada donde, aunque el monstruo exista, nosotras estamos: juntas, unidas, fuertes, atentas y dispuestas a nombrarlo, desafiarlo y desmontarlo.

Muchas gracias por estar aquí.

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